-No intentarás cambiar
esa costumbre porque está arraigada ab aeterno- Me dice Josh. El hecho
de que sea mi padrastro no le da ningún derecho a decirme qué puedo o no puedo
hacer. De todas formas pienso hacerlo.
Abro la puerta y salgo
sin mirarle a la cara.
-¿Me has oído? ¡No la
cambiarás!- me grita justo antes de que la puerta se cierre de un portazo.
No me puedo creer que,
siendo el séptimo sacerdote, esté a favor de esa estúpida costumbre. No tiene
ningún sentido. Precisamente él me había salvado hace 20 años de esa misma
costumbre.
Hoy, miles de niños
huérfanos serían sacrificados a los dioses, sólo porque es algo que se lleva
haciendo en nuestra cultura desde que el mundo es mundo con la estúpida
creencia de que así no caerá sobre nosotros su furia en forma de malas
cosechas, fenómenos meteorológicos devastadores y plagas. Es una barbarie que
se repite todos los años.
Por eso me dirijo a casa
de la vieja Aya, con la esperanza de que ella me ayude a salvar a esos niños.
El plan es sencillo en su inicio, en la parte que hace referencia al secuestro
de los niños, pero después de eso yo no sé qué hacer. No tengo donde llevarlos,
ni como alimentarlos.
Toco tres veces la
puerta, intranquila. Una voz cansada pregunta al otro lado:
-¿Quién es?- suspiro,
menos mal que está en casa.
-Que los siete te
aguarden y den prospera vida- Le respondo. –Ella abre la puerta y de un tirón
en el brazo me mete rápidamente en su casa.
-¿Qué haces aquí niña?
¿Estás loca? ¿Te ha seguido alguien?- Esta vieja tan paranoica como siempre.
- No Aya, nadie.- Ella suspira teatralmente y se relaja.-
Necesito tu ayuda
¿Quieres te?- me
pregunta con aire tranquilo.
- Aya hazme caso, esto
es importante. ¿Recuerdas qué día es hoy?
- Ay querida, no me
digas que es tu cumpleaños y se me ha olvidado- Me dice con cara de
preocupación.
-No, es el día del
sacrificio- Se queda pensativa por un momento.
-¿Y qué quieres de mí?-
dice algo huraña.
- Que me ayudes a raptar
a esos niños. Por favor Aya, están indefensos, no tienen a nadie más.- la miro
con ojos de desesperación. Me tiende la taza de té y le doy un gran sorbo. Está
pensativa, de espaldas a mí. Por fin se da la vuelta y me dice:
- Te has vuelto loca
niña. No puedes hacer eso, no puedes ir contra los dioses.- Comienzo a marearme
mientas ella sigue hablando- Nadie puede ir en contra de los dioses. Esos niños
deben morir.- Se me nubla la vista. Palpo el aire en busca de una silla para
sentarme pero no la encuentro.
-¿Qué lleva el té?-
pregunto con un hilo de voz antes de caer al suelo.
-Descansa niña, mañana
ya habrá pasado todo- intento resistir pero los ojos se me cierran- No luches
contra esto también.- Me cierra los parpados y todo se vuelve negro.