domingo, 9 de octubre de 2016

El sacrificio

-No intentarás cambiar esa costumbre porque está arraigada ab aeterno- Me dice Josh. El hecho de que sea mi padrastro no le da ningún derecho a decirme qué puedo o no puedo hacer. De todas formas pienso hacerlo.
Abro la puerta y salgo sin mirarle a la cara.
-¿Me has oído? ¡No la cambiarás!- me grita justo antes de que la puerta se cierre de un portazo.
No me puedo creer que, siendo el séptimo sacerdote, esté a favor de esa estúpida costumbre. No tiene ningún sentido. Precisamente él me había salvado hace 20 años de esa misma costumbre.
Hoy, miles de niños huérfanos serían sacrificados a los dioses, sólo porque es algo que se lleva haciendo en nuestra cultura desde que el mundo es mundo con la estúpida creencia de que así no caerá sobre nosotros su furia en forma de malas cosechas, fenómenos meteorológicos devastadores y plagas. Es una barbarie que se repite todos los años.
Por eso me dirijo a casa de la vieja Aya, con la esperanza de que ella me ayude a salvar a esos niños. El plan es sencillo en su inicio, en la parte que hace referencia al secuestro de los niños, pero después de eso yo no sé qué hacer. No tengo donde llevarlos, ni como alimentarlos.
Toco tres veces la puerta, intranquila. Una voz cansada pregunta al otro lado:
-¿Quién es?- suspiro, menos mal que está en casa.
-Que los siete te aguarden y den prospera vida- Le respondo. –Ella abre la puerta y de un tirón en el brazo me mete rápidamente en su casa.
-¿Qué haces aquí niña? ¿Estás loca? ¿Te ha seguido alguien?- Esta vieja tan paranoica como siempre.
- No Aya, nadie.-  Ella suspira teatralmente y se relaja.- Necesito tu ayuda
¿Quieres te?- me pregunta con aire tranquilo.
- Aya hazme caso, esto es importante. ¿Recuerdas qué día es hoy?
- Ay querida, no me digas que es tu cumpleaños y se me ha olvidado- Me dice con cara de preocupación.
-No, es el día del sacrificio- Se queda pensativa por un momento.
-¿Y qué quieres de mí?- dice algo huraña.
- Que me ayudes a raptar a esos niños. Por favor Aya, están indefensos, no tienen a nadie más.- la miro con ojos de desesperación. Me tiende la taza de té y le doy un gran sorbo. Está pensativa, de espaldas a mí. Por fin se da la vuelta y me dice:
- Te has vuelto loca niña. No puedes hacer eso, no puedes ir contra los dioses.- Comienzo a marearme mientas ella sigue hablando- Nadie puede ir en contra de los dioses. Esos niños deben morir.- Se me nubla la vista. Palpo el aire en busca de una silla para sentarme pero no la encuentro.
-¿Qué lleva el té?- pregunto con un hilo de voz antes de caer al suelo.

-Descansa niña, mañana ya habrá pasado todo- intento resistir pero los ojos se me cierran- No luches contra esto también.- Me cierra los parpados y todo se vuelve negro.

martes, 4 de octubre de 2016

Te esperaba a la salida del cine

Te esperaba a la salida del cine. Al ver que tardabas más que de costumbre decidí entrar a por ti. No te veía por ninguna parte. Me asusté y empecé a buscarte entre la gente. Comencé a gritar tu nombre. No respondías.  Miré en los baños, en las tiendas y en las escaleras, pero tú no estabas por ningún sitio. Pedí permiso para entrar en las salas y después de mucho rogar, el encargado me dejó buscarte, no sin cierto mosqueo.
Entré en la primera sala, en la que se estaba proyectando una película de niños. Entre las risas infantiles y los diálogos poco elaborados te seguí buscando, hasta que oí tu voz. Me giré y vi tu cara plasmada en una caricatura, actuando en la pantalla. Estabas con un tren parlante y un mono policía con una banana por pistola.  Tu “yo” en dibujo animado me llamaba a seguirte. Te miré, incrédulo. Estiraste el brazo señalando hacia la derecha y desapareciste.
Corrí hacia la siguiente sala. Y allí volvías a estar, corriendo con cara de terror por un bosque oscuro, perseguida por una sombra. Un gruñido, como animal, surcó la habitación en penumbra. Vi el miedo en tus ojos. Te quedaste parada, en seco, como inmovilizada, mirándome fijamente a los ojos, y echaste a correr de nuevo hacia la derecha.
 Volví a salir de la sala para entrar en la siguiente. Ahora entrabas esposada en una celda llena de reclusas. Una te pegó un puñetazo en la cara e instintivamente cerré los puños. “¿qué clase de broma es esta?” pensé. Te sangraba el labio. En un rápido movimiento pasaste tus brazos por encima de su cabeza y colocaste las manos en su cuello, ahogándola con las esposas. Después de unos angustiosos minutos la soltaste, cuando por fin dejó de respirar, y echaste a correr.

Fui a la siguiente puerta y allí, en esa puta pantalla, de nuevo,  volvías a estar tú. Me estaba volviendo loco. Te vi entrar en una iglesia, vestida de blanco, radiante, emocionada y preciosa. Caminabas hacia el altar. Fui hacia la pantalla, hacia ti y me tendiste tu mano. La cogí sin ser apenas consciente de lo que hacía, como embobado por tu belleza y de pronto estaba ahí, a tu lado. Te besé levemente la mejilla. ¿Esto es real? Pensé, pero no dije nada. Era tan feliz en ese momento. Me giré para ver a los invitados. Me sorprendí de lo que vi. Sentados entre nuestros familiares había reclusas vestidas con su traje naranja, un tren parlante acompañado de un mono y una especie de hombre lobo sentado al lado de tu madre. Oí una carcajada que me erizó la piel. Me volví lentamente y allí estaba el cura, con una careta y una pistola. Me apuntó a la cabeza y oí el ruido del disparo.

Retos literarios en :reto-literario

viernes, 23 de septiembre de 2016

Pesadilla

          Todo está oscuro. No soy capaz de sentir nada, ni siquiera mi propio cuerpo. Me invade una sensación de claustrofobia. Oigo mis pensamientos en bucle dentro de mi cabeza. Escucho mi voz soltando miles de frases que se superponen y confunden unas con otras. Cada vez suenan más caóticas, agobiantes y chillonas, aumentando más y más la presión  hasta que todo estalla en un haz de luz amarilla que se esfuma en una caída ligera y brillante de destellos que iluminan todo a mi alrededor.
           Me siento confusa. Los destellos se deslizan suavemente frente a mis ojos hasta acabar sobre el suelo negro y se quedan allí. Siento de pronto el peso de mi cuerpo, tan real como aquella negrura. Noto mis pies, descalzos, contra el suelo helado. Un escalofrío cruza mi espalda. Un destello rezagado toca mi brazo y una carga de energía inmensa recorre todo mi cuerpo, haciendo que mi piel brille unos instantes hasta desaparecer por completo. Vuelvo a estar completamente a oscuras. De repente, el suelo se ilumina únicamente en aquellos lugares donde mis pies lo tocan. Los muevo y la luz los sigue. Miro a mi alrededor, todo sigue negro. El viento silba y remueve mi pelo. ¿Donde estoy? Comienzo a caminar hacia delante, lenta e insegura por no saber que tengo ante mi. Oigo un leve ruido a mis espaldas. Me giro despacio y veo cuatro diminutas luces rojas a lo lejos. Se van acercando poco a poco haciendo un extraño baile, como saltando. Fijo toda mi atención en ellas. El ruido va incrementando su fuerza a medida que las luces se hacen más nítidas y grandes, poniendo todo mi cuerpo en estado de alerta.  Las luces se quedan quitas de pronto. El ruido también cesa. Sólo oigo mi respiración ahogada y me pongo aún más en tensión. Trascurren los segundos y nada pasa. Tengo la mirada fija en el lugar exacto en el que han desaparecido. Hay algo extraño. Escruto la oscuridad en busca de cualquier anomalía. De repente lo veo. Dos penetrantes ojos me observan con una mirada de brutal ira. Oigo su respiración, fuerte e intimidante. Me quedo paralizada. Camina hacia mi iluminando de rojo el suelo que pisan sus garras. Doy un paso atrás y al instante un  gruñido surca las distancia entre la bestia y yo. Instintivamente echo a correr lo más rápido que logran moverse mis piernas en dirección opuesta. No puedo esconderme. No veo nada. Mis pies van dejando una senda de luz amarillenta tras de mi. Es imposible impedir que me vea. La adrenalina surca mis venas y el aire que sale y entra atropellado en mi cuerpo me quema en los pulmones. No veo absolutamente nada delante de mí. Mis pies resbalan pero eso no me frena. El miedo me impide pensar, solo corro. Busco desesperadamente una salida o refugio, cualquier cosa que me mantenga con vida. Levanto la cabeza. Otro par de luces amarillentas corren hacia mi. . Intento pensar. Piensa. Piensa. Piensa. ¡Piensa! Hago un pequeño giro hacia la derecha y las luces de en frente me imitan, colocándose a mi izquierda en paralelo. Miro de reojo hacia atrás y otro gruñido me sobresalta. Aumento la velocidad. Un hormigueo recorre todo mi cuerpo mientas me concentro en seguir respirando. Tengo que pensar. Me mueva donde me mueva las luces amarillas siguen ahí. Empiezo a desesperarme. Estoy rodeada. Otro gruñido suena aún más cerca. Noto el suelo húmedo. Hay más cantidad de agua a medida que avanzo. Me llega hasta los tobillos. Cada vez avanzo más despacio. ¿Me estaré metiendo en algún estanque o piscina?¿y si es un lago? Esto no es bueno, tengo que salir del agua cuanto antes. Pero no veo ninguna salida. Si giro, iré directa a las luces amarillas y si doy media vuelta, me toparé de frente con ese... monstruo. Pero si sigo avanzando estoy perdida. Tengo que tomar una decisión. Cierro los ojos, como si sirviera de algo. De golpe giro hacia la izquierda. Abro los ojos. Observo como brillos dorados se van acercando a toda velocidad. Me lloran los ojos y el viento choca con brusquedad contra mi cara. Apenas puedo ver y distingo con dificultad los haces de luz que se aproximan vertiginosamente. Me seco las lágrimas con el brazo y fijo mi mirada intentando descubrir hacia quién o qué corro. Las luces, más grandes cada vez, iluminan la distancia entre esa figura que ahora veo y yo.  Distingo dos ojos, marrones, como humanos. Estamos a escasos metros. Su pelo largo está algo alborotado. Cuando el viento se lo aparta de la cara freno en seco. Me quedo petrificada. No puede ser, me digo a mi misma. Solo unos centímetros nos separan y reconozco perfectamente sus facciones. Soy yo pero más brillante, más etérea. ¿Esto es una broma? Extiendo la mano. Hay una especie de cristal que nos separa. No entiendo nada. Un gruñido desgarrador, seco, recorre la oscuridad. Me giro recordando que no hay tiempo. Está tan cerca que puedo oír su ronca respiración, sus pisadas pesadas contra el suelo, su furia en la garganta en forma de gorgoteo. Veo sus ojos de bestia, rojos como las luces que acompañan sus pasos. Miro de nuevo hacia mi misma. Mi reflejo, al otro lado, me hace gestos con la mano para que lo acompañe al otro lado, pero toco el cristal frío. "¡¿Cómo?!- le preguto chillando. Tengo el pulso acelerado, el corazón se me va a salir del pecho, el aire me quema en los pulmones y las piernas me tiemblan. Me contesta pero no oigo nada, sólo veo como mueve los labios y sigue pidiéndome que la siga. Me echo para atrás y cojo carrerilla, deseando que lo que voy a hacer funcione con toda mi alma. Corro y salto contra el cristal, apretando los párpados. Siento como miles de fragmentos atraviesan mi piel y choco contra el suelo. Me levanto corriendo, herida e histérica, con todo el cuerpo temblando. No hay restos de cristal por ninguna parte, ni rastro de mi otro yo. Me doy la vuelta, corriendo y veo a la bestia parada frente a mi. Todo su cuerpo, lleno de pelaje negro, tensado. Su pecho subiendo y bajando con violencia. Sus fauces apretadas y babeantes. Su mirada llena de furia y su ceño fruncido. Era una imagen aterradora pero quieta, demasiado quieta. ¿Porqué se había detenido? Extiendo la mano y toco algo duro en el aire. El cristal aún sigue allí. Me examino corriendo. No tengo ni una sola herida. Y ahí me quedo. Mirando fijamente a mi peor pesadilla mientras se hace de día.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Irónicamente inmarcesibles.

          Hace tanto que no escribo que me sangran los dedos, añorando el suave tacto de una hoja de papel.
          La sangre brota de ellos queriendo ser tinta, entregada a la noble causa de la prosa sincera, caótica y decadente de una mente estúpida y confusa como es la mía.
          Los dedos, entumecidos, buscan con agonía un bolígrafo con el que alzar sus estandartes ante el ejército de palabras, dispuestas en la puerta de mis labios, que jamás pronunciaré.
          Las palabras sufren, pues saben que no serán dichas por la sequía de inspiración, casi extinta en una taza de café aún caliente.
          Caliente como los cadáveres de mis musas, irónicamente inmarcesibles, que se amontonan en una esquina de mi cuarto menguante, aspirando, en vez de inspirando como hicieron en su día, el dulce olor de la muerte.
          La Muerte.

          Muerte que llega en forma de vida.
          Vida que sólo otorga muerte.