lunes, 6 de julio de 2015

La Guerra de los Pájaros

          Me despierto empapada en sudor. Habré dormido apenas 4 horas pero doy gracias por cada minuto de ellas. Me encuentro entumecida y tengo los labios secos. No recuerdo nada de lo que he soñado. La luz entra a través de la persiana medio bajada y crea un juego de luces y sombras rectangulares que se proyectan en la pared. Miro a mi alrededor y todo sigue igual que ayer. Siento un escalofrío cuando una pequeña brisa invade la habitación. Oigo los pájaros cantando fuera y deseo con toda mi alma que se callen. El dolor de cabeza me palpita en las sienes. Cierro un momento los ojos hasta que el dolor mengua un poco y después me levanto, despacio, evitando el mareo. Esto de estar enferma es horrible. Voy dando tumbos al salón deseando que haga menos calor que  en mi cuarto. Me derrumbo sobre el sofá. Ésta sensación de frío en el cuerpo y calor en las mejillas me mata. La ventana abierta de par en par va a dar a un parque donde el ruido de los pájaros es más fuerte. Hago otro esfuerzo por levantarme y la cierro. Aún así los oigo. Pongo los ojos en blanco y de nuevo me arrastro pesarosa hasta el sofá. No tardo en volver a quedarme dormida y como de costumbre tengo uno de los sueños más irreales y locos que se puedan imaginar:
          Soy espectadora de una gran batalla librada sobre los árboles. Veo un pequeño pájaro posado en una rama de espaldas a mi. Se mueve inquieto, nervioso. Se gira. No puede tener una pinta más graciosa y temible a la vez. Lleva una cinta negra alrededor de su pequeña cabecita. Debajo de sus ojos dos líneas negras horizontales. Sobre su pecho una pequeña ametralladora. Me mira y asiente como diciendo "empieza el juego" y al instante salta de la rama y echa a volar. Le veo elevarse directo a la batalla. Lleva su arma cargada y no duda en empezar a disparar a su enemigo. Me llevo una sorpresa al darme cuenta del sonido que su arma produce al ser disparada. Lo que siempre he pensado que eran sus vocecitas chillonas piando de un lado para otro resultan ser atroces disparos. Disparos que hieren y matan de verdad. Estaba en medio de la guerra de los pájaros. Una guerra por la supervivencia. En ese momento cientos de pájaros de distintos tipos entraron en escena. Muchos caían fulminados al suelo. Otros luchaban totalmente mudos, dejando hablar a sus armas. El pajarillo que me había guiado hasta aquel atroz espectáculo se movía con agilidad, disparaba con precisión. Yo contemplaba con horror aquella masacre. No entendía nada. De repente un ruido fuerte y seco cruzó el cielo. Unas garras se asomaron  de repente mientras mi pequeño gorrión no podía escapar de su momentánea prisión entre ellas. Un águila, eso acababa de pasar, un águila había secuestrado a mi pequeño guerrero. Le vi luchar con todas sus fuerzas por liberarse pero fue inútil. Grite como si eso fuera a servir de algo y el tiempo se detuvo un instante. Los disparos cesaron llegando a mi un silencio atronador. El águila subió y subió en vuelo hacia el cielo y cuando creyó estar lo suficientemente alta comenzó a bajar en picado hacia mi. Estaba cada vez mas cerca con sus enormes alas pegadas a los costados y su amenazador pico alzado contra mi. Se acercaba a más y más velocidad cada vez. Yo no podía moverme aún sabiendo que estaba en peligro. Cuando el enorme animal estuvo a dos metros de mi abrió las alas y puso las garras por delante. Paró en seco a dos centímetros de mi cara soltando un fuerte grito.
          Me despierto de nuevo sobresaltada, con el corazón en la garganta y el pulso a mil. Ha sido un sueño de lo más raro. Decido que ya he dormido suficiente por hoy. Miro por la ventana y un pequeño gorrión está apoyado en el alféizar. Me mira con expresión desafiante. Después alza el vuelo y se pierde entre los árboles.

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