jueves, 14 de noviembre de 2019

Respirando

Nunca había deseado con tantas ganas
que llegase el invierno
Ese reino de hielo me daba miedo ¿Lo sabías?
Antes, todo cortaba, no solo el frío
También las miradas, y el sentirse vacío
Pero en este via crucis que es mi vida
TU eres la estación de la Esperanza.
TU, mi primavera perpetua.

Quiero que llegue el frío, sí
Para descubrir que eres perenne (conmigo)
Porque por primera vez
el invierno no me atraviesa
Porque con una palabra tuya
El hielo se derrite
Porque estando entre tus brazos
no veo días grises, ni negros
Veo trazos
de momentos compartidos, bien disfrutados
Administradores del calor de nuestro verano

Veo otoños marchitos y sueño
Sueño en problemas como hojas,
en que se vuelven mariposas
Y siento
Que con un lento movimiento los espanto
Y nos quedamos tu y yo solos, respirando. 

lunes, 26 de noviembre de 2018

Nada.


  Todo está oscuro. No soy capaz de sentir nada, ni siquiera mi propio cuerpo. Una sensación de claustrofobia me invade. Oigo mis pensamientos en bucle dentro de mi cabeza. Escucho mi voz soltando miles de frases que se superponen y confunden unas con otras. Cada vez suenan más caóticas, agobiantes, distorsionadas y chillonas, aumentando más y más la velocidad, la presión, el volumen... De pronto todo estalla en un haz de luz amarilla que se esfuma en una caída ligera y brillante de destellos que iluminan todo a mi alrededor.
           Me siento confusa. Los destellos se deslizan suavemente frente a mis ojos hasta acabar sobre el suelo negro y allí se quedan. Siento de pronto el peso de mi cuerpo, tan real que me abruma. Noto mis pies, descalzos, contra el suelo helado. Un escalofrío cruza mi espalda. Un destello rezagado toca mi brazo y una carga de energía inmensa recorre todo mi cuerpo, haciendo que mi piel brille unos instantes hasta desaparecer por completo. Vuelvo a estar completamente a oscuras.
           Repentinamente el suelo se ilumina únicamente en aquellos lugares donde mis pies lo tocan. Los muevo y la luz los sigue. Miro a mi alrededor, todo sigue negro. El viento silba y remueve mi pelo. ¿Donde estoy? Comienzo a caminar, lenta e insegura por no saber que tengo delante. Oigo un leve ruido a mi espalda. Me giro despacio y veo cuatro diminutas luces rojas a lo lejos. Se van acercando poco a poco haciendo un extraño baile totalmente arritmico, como saltando. Pongo toda mi atención en ellas, hipnotizada con el suave traqueteo que las acompaña. El ruido va incrementando su fuerza a medida que las luces se hacen más nítidas y grandes, poniendo todo mi cuerpo en estado de alerta. Todo para de pronto. El ruido también cesa. Sólo oigo mi respiración ahogada y siento todos mis músculos en tensión. Trascurren los segundos y nada pasa. Tengo la mirada clavada en el lugar exacto en el que han desaparecido. Hay algo extraño. El ambiente está aún más cargado. Escruto la oscuridad en busca de cualquier anomalía. Y de repente, lo veo. Dos penetrantes ojos me observan con una mirada de brutal ira. Oigo su respiración, fuerte e intimidante. Me quedo paralizada. Comienza a moverse, lento al principio. Camina hacia mi iluminando de rojo el suelo que pisan sus garras. Doy un paso atrás y al instante un  gruñido surca las distancia que hay entre la bestia y yo. Instintivamente echo a correr lo más rápido que logran moverse mis piernas. No puedo esconderme. No veo nada. Mis pies van dejando una senda de luz amarillenta tras de mi. Es imposible impedir que me vea. La adrenalina surca mis venas y el aire que sale y entra atropellado en mi cuerpo me quema los pulmones. No veo absolutamente nada delante de mí. Mis pies resbalan, pero eso no me frena. El miedo me impide pensar, solo corro. Busco desesperadamente una salida, un refugio, cualquier cosa que me mantenga con vida. Levanto la cabeza. En frente, otro par de luces amarillentas corren hacia mi.  Intento pensar. Piensa. Piensa. Piensa. ¡Piensa! Hago un pequeño giro hacia la derecha y las luces de en frente me imitan, colocándose a mi izquierda, en paralelo. Miro de reojo hacia atrás y otro gruñido me sobresalta. Aumento la velocidad. Un hormigueo recorre todo mi cuerpo mientas me concentro en seguir respirando. Tengo que pensar. Me mueva donde me mueva las luces amarillas siguen ahí. Empiezo a desesperarme. Estoy rodeada. Otro gruñido suena aún más cerca. Noto el suelo húmedo. Hay más cantidad de agua a medida que avanzo. Me llega hasta los tobillos. Avanzo cada vez más despacio. ¿Dónde me estoy metiendo? El ruido del chapoteo se intensifica con el eco. Esto no es bueno, tengo que salir del agua cuanto antes. Pero no veo ninguna salida. Si giro, iré directa a las luces amarillas y si doy media vuelta, me toparé de frente con ese... monstruo. Pero si sigo avanzando estoy perdida. Tengo que tomar una decisión. Cierro los ojos, como si sirviera de algo. De golpe giro hacia la izquierda. Abro los ojos. Observo como brillos dorados se van acercando a toda velocidad. Me lloran los ojos y el viento choca con brusquedad contra mi cara. Apenas puedo ver. Distingo con dificultad los haces de luz que se aproximan vertiginosamente. Me seco las lágrimas con el brazo y fijo mi mirada, intentando descubrir hacia quién o qué corro. Las luces, más grandes cada vez, iluminan la distancia, casi mínima, entre esa figura que ahora veo y yo.  Distingo dos ojos, marrones, como humanos. Estamos a escasos metros. Su pelo largo está algo alborotado y se pierde con la negrura que lo invade todo. Cuando el viento se lo aparta de la cara freno en seco.
           Me quedo petrificada. No puede ser. Solo unos centímetros nos separan y reconozco perfectamente sus facciones. Es más brillante, más etérea. Extiendo la mano. Hay una especie de cristal que nos separa. No entiendo nada. Frunzo el ceño y la figura me imita inmediatamente. Un gruñido desgarrador, seco, recorre la oscuridad. Me giro, recordando que no hay tiempo para esto.
           Está tan cerca que puedo oír su ronca respiración, sus pisadas, pesadas contra el suelo, su furia en la garganta en forma de gorgoteo. Veo sus ojos de bestia, rojos como las luces que acompañan sus pasos. Dudo si volver a echar a correr. Miro de nuevo hacia mi reflejo. Este cambia de postura y comienza a moverse sin que yo lo haga. Apoya su mano en la barrera invisible que existe entre nosotras e instintivamente hago lo mismo. El frío cristal se vuelve viscoso y proyecta una luz verdosa. Me tiemblan las piernas y temo perder la fuerza y caer. Su brazo atraviesa el cristal y coge el mío por la altura del codo. Miro hacia atrás justo a tiempo para ver como el enorme animal abre las fauces. Una fuerza descomunal tira de mi, introduciendome en el otro lado por el gelatinoso portal. Miles de pequeños fragmentos de cristal atraviesan mi piel mientras lo oigo quebrarse. Caigo al suelo, exhausta. Me doy la vuelta rápidamente y me pongo en pie.
          Nada, no hay nada, tan sólo oscuridad. Levanto las manos pero no las veo, casi ni las siento. Muevo los pies y las luces han desaparecido. Mi cuerpo empieza a desvanecerse, lo noto ingrávido, sedoso, suave. Dejo de sentirlo poco a poco entre un suave cosquilleo. Cierro los ojos.
          Nada.
          No hay nada.
          No soy nada.

Asfixia


          Hoy he vuelto a tropezarme. Ya lo sé, parece que no sé escribir sobre otra cosa pero mis momentos de tropiezo son, irónicamente, los de máxima lucidez. En esa milésima de segundo en la que mi cuerpo ha reaccionado recobrando el equilibrio, moviendo de forma inconsciente mis músculos y haciendo que vuelva a apoyar mi pie en el suelo, lo he sentido claro. Esta vez, en esa milésima de segundo, he deseado caerme. He deseado... caerme. Caerme. He deseado sentirme ingrávida por un segundo, como si se parase el tiempo y chocar con total brutalidad contra el suelo, como cayendo desde un sétimo piso. He deseado llorar, patalear y gritar como si no me importase la gente que me mira horrorizada alrededor, como una niña pequeña, como si no me quedase nada más. He deseado respirar el asfalto, la piedra fría, arrastrarme por el suelo arañando con las uñas la desesperación. He deseado sentir el dolor fuerte, fuera, como fuego sin humo que me quema los pulmones. He deseado vomitar el alquitrán negro que borbotea en mi garganta, asfixiada, llorar la tinta, lavar el alma. He deseado... He deseado... He deseado caerme.
          Pero no lo he hecho. He puesto mi pie, he parado el golpe, he tragado la vergüenza, he evitado la mirada de la gente y he caminado.

Tropiezo

          Hoy he tropezando unas 6 veces, probablemente por exceso de sueño o falta de cuidado. El otro día me caí. Un señor mayor me dijo que lo hice por no levantar mucho los pies del suelo y es verdad. Realmente no lo hago, nunca. Camino al ras, vivo a ras... Nunca levanto mucho los pies del suelo. Esto podría tener una bonita metáfora sobre que no sé dejar que las cosas vuelen o fluyan, que estoy obcecada en mirar por dónde piso y no a donde voy, que no vivo fijándome en mis metas y sueños y que siempre estoy anclada a una realidad concreta, a la tierra. Eso tristemente, no es cierto. Vivo más en mi nube que en mi tierra, pero soy descuidada. Aún así soy lo suficientemente precavida como para saber que darse la hostia desde la nube duele más que dársela a dos palmos del suelo, por mucho que esta situación se llegue a dar con más frecuencia. Todo lo dicho es una mera paradoja que no ha sido creada para ser entendida sino a casua de la falta de café, buenos días.

viernes, 20 de enero de 2017

Querido tu al que no puedo escribir.

Miércoles  21 de diciembre :

Querido tú al que no puedo escribir:

Hoy he oído tu nombre en una boca ajena y he sentido envidia de esos labios. Me he puesto a pensar en ti, de forma inconsciente al principio, hasta que me has empezado a doler. He pensado en los labios que ahora te besarán y, siendo sinceros, también he sentido envidia de ellos.  Ya sé, no me lo digas, sé como suena eso y lo que crees que significa. Pero no es así. No te echo de menos. Al menos no de forma intencionada. Juré odiarte ¿recuerdas?

Jueves 22 de diciembre:

Querido tú al que no puedo escribir:

Es curioso, vivir en tu ciudad y nunca verte. Supongo que es mejor así. Desde ayer no consigo sacarte de mi cabeza y me estoy volviendo loca. Loca, porque no recuerdo tu voz. Loca porque recuerdo demasiado bien tu cara. Te veo en todas partes. Y como ya te dije ayer, me dueles. Me dueles con la misma intensidad con la que yo llegué a amarte mientras te veía escribir poemas que luego me recitabas sobre el césped de aquel parque viendo pasar las nubes.

 

Miércoles 28 de diciembre:

Querido tú al que no puedo escribir:

Perdóname por tardar tanto. Procrastinar se convirtió en mi nuevo hobby después de verte un viernes por la calle. Después de eso volví a soñarte. Y a soñarte y a soñarte. Tanto, que dejé de poder dormir si no veía tu cara tras mis párpados. Volví a oír tu voz y ya no la puedo sacar de mis oídos. Se repite como una canción aún sin acabar:

-Hola…No he podido evitar fijarme en ti.

-Adoro cuando sonríes.

-¿Sabes? Creo que me estoy enamorando.

¿Eres feliz? Yo soy la persona más feliz del mundo a tu lado.

-Tenemos que hablar.

-Necesito que me mires, que me comprendas. ¿Me oyes?

-Jamás quise engañarte

-Necesito que sepas que esto no es lo que yo estaba buscando.

-No es tu culpa. Esto no es lo que yo esperaba. (Perdóname.)

-No debí dejar que se alargara tanto.

-Nunca quise hacerte daño, lo juro.

-Sólo debes entender que…

-Ya no te quiero

Ya no te quiero

Ya no te quiero

Ya no te quiero…

 

Miércoles 29 de diciembre:

Querido tú al que no puedo escribir:

Este es mi epílogo. Es lo último que escribiré para ti. No te dedicaré más tinta, ni más suspiros.

Cuando te conocí, entraron mariposas carnívoras a hibernar en mi estómago. Ahora que hace tiempo que te has ido, salen de sus capullos con la única y firme intención de devorar mi pecho hasta encontrar la salida de esta cárcel que es mi cuerpo. Y no las culpo.

Si dejo que se vayan te dejaré ir a ti. Por eso volad libres, abandonadme. Este es el inicio de cualquier catástrofe incorpórea.

https://youtu.be/Sv8XvAs2gp0

domingo, 9 de octubre de 2016

El sacrificio

-No intentarás cambiar esa costumbre porque está arraigada ab aeterno- Me dice Josh. El hecho de que sea mi padrastro no le da ningún derecho a decirme qué puedo o no puedo hacer. De todas formas pienso hacerlo.
Abro la puerta y salgo sin mirarle a la cara.
-¿Me has oído? ¡No la cambiarás!- me grita justo antes de que la puerta se cierre de un portazo.
No me puedo creer que, siendo el séptimo sacerdote, esté a favor de esa estúpida costumbre. No tiene ningún sentido. Precisamente él me había salvado hace 20 años de esa misma costumbre.
Hoy, miles de niños huérfanos serían sacrificados a los dioses, sólo porque es algo que se lleva haciendo en nuestra cultura desde que el mundo es mundo con la estúpida creencia de que así no caerá sobre nosotros su furia en forma de malas cosechas, fenómenos meteorológicos devastadores y plagas. Es una barbarie que se repite todos los años.
Por eso me dirijo a casa de la vieja Aya, con la esperanza de que ella me ayude a salvar a esos niños. El plan es sencillo en su inicio, en la parte que hace referencia al secuestro de los niños, pero después de eso yo no sé qué hacer. No tengo donde llevarlos, ni como alimentarlos.
Toco tres veces la puerta, intranquila. Una voz cansada pregunta al otro lado:
-¿Quién es?- suspiro, menos mal que está en casa.
-Que los siete te aguarden y den prospera vida- Le respondo. –Ella abre la puerta y de un tirón en el brazo me mete rápidamente en su casa.
-¿Qué haces aquí niña? ¿Estás loca? ¿Te ha seguido alguien?- Esta vieja tan paranoica como siempre.
- No Aya, nadie.-  Ella suspira teatralmente y se relaja.- Necesito tu ayuda
¿Quieres te?- me pregunta con aire tranquilo.
- Aya hazme caso, esto es importante. ¿Recuerdas qué día es hoy?
- Ay querida, no me digas que es tu cumpleaños y se me ha olvidado- Me dice con cara de preocupación.
-No, es el día del sacrificio- Se queda pensativa por un momento.
-¿Y qué quieres de mí?- dice algo huraña.
- Que me ayudes a raptar a esos niños. Por favor Aya, están indefensos, no tienen a nadie más.- la miro con ojos de desesperación. Me tiende la taza de té y le doy un gran sorbo. Está pensativa, de espaldas a mí. Por fin se da la vuelta y me dice:
- Te has vuelto loca niña. No puedes hacer eso, no puedes ir contra los dioses.- Comienzo a marearme mientas ella sigue hablando- Nadie puede ir en contra de los dioses. Esos niños deben morir.- Se me nubla la vista. Palpo el aire en busca de una silla para sentarme pero no la encuentro.
-¿Qué lleva el té?- pregunto con un hilo de voz antes de caer al suelo.

-Descansa niña, mañana ya habrá pasado todo- intento resistir pero los ojos se me cierran- No luches contra esto también.- Me cierra los parpados y todo se vuelve negro.

martes, 4 de octubre de 2016

Te esperaba a la salida del cine

Te esperaba a la salida del cine. Al ver que tardabas más que de costumbre decidí entrar a por ti. No te veía por ninguna parte. Me asusté y empecé a buscarte entre la gente. Comencé a gritar tu nombre. No respondías.  Miré en los baños, en las tiendas y en las escaleras, pero tú no estabas por ningún sitio. Pedí permiso para entrar en las salas y después de mucho rogar, el encargado me dejó buscarte, no sin cierto mosqueo.
Entré en la primera sala, en la que se estaba proyectando una película de niños. Entre las risas infantiles y los diálogos poco elaborados te seguí buscando, hasta que oí tu voz. Me giré y vi tu cara plasmada en una caricatura, actuando en la pantalla. Estabas con un tren parlante y un mono policía con una banana por pistola.  Tu “yo” en dibujo animado me llamaba a seguirte. Te miré, incrédulo. Estiraste el brazo señalando hacia la derecha y desapareciste.
Corrí hacia la siguiente sala. Y allí volvías a estar, corriendo con cara de terror por un bosque oscuro, perseguida por una sombra. Un gruñido, como animal, surcó la habitación en penumbra. Vi el miedo en tus ojos. Te quedaste parada, en seco, como inmovilizada, mirándome fijamente a los ojos, y echaste a correr de nuevo hacia la derecha.
 Volví a salir de la sala para entrar en la siguiente. Ahora entrabas esposada en una celda llena de reclusas. Una te pegó un puñetazo en la cara e instintivamente cerré los puños. “¿qué clase de broma es esta?” pensé. Te sangraba el labio. En un rápido movimiento pasaste tus brazos por encima de su cabeza y colocaste las manos en su cuello, ahogándola con las esposas. Después de unos angustiosos minutos la soltaste, cuando por fin dejó de respirar, y echaste a correr.

Fui a la siguiente puerta y allí, en esa puta pantalla, de nuevo,  volvías a estar tú. Me estaba volviendo loco. Te vi entrar en una iglesia, vestida de blanco, radiante, emocionada y preciosa. Caminabas hacia el altar. Fui hacia la pantalla, hacia ti y me tendiste tu mano. La cogí sin ser apenas consciente de lo que hacía, como embobado por tu belleza y de pronto estaba ahí, a tu lado. Te besé levemente la mejilla. ¿Esto es real? Pensé, pero no dije nada. Era tan feliz en ese momento. Me giré para ver a los invitados. Me sorprendí de lo que vi. Sentados entre nuestros familiares había reclusas vestidas con su traje naranja, un tren parlante acompañado de un mono y una especie de hombre lobo sentado al lado de tu madre. Oí una carcajada que me erizó la piel. Me volví lentamente y allí estaba el cura, con una careta y una pistola. Me apuntó a la cabeza y oí el ruido del disparo.

Retos literarios en :reto-literario